Desde la pasada primavera nuestra vida tal y como la conocíamos dio un cambio radical, hasta tal punto que nos llevó a replantearnos nuestros hábitos de vida y la forma de relacionarnos. Y nos provocó durante el encierro, un aislamiento social, del cual, a día de hoy aún estamos pagando las consecuencias y viendo su negativa influencia. Todo ello ha repercutido significativamente, en cada uno de nuestros universos personales y, por ende, en nuestra manera de relacionarnos y de enseñar.
En septiembre iniciamos un curso plagado de incógnitas y retos, puesto que, en cualquier momento, podíamos volver a la enseñanza semipresencial, online o vete tú a saber cuál. La amenaza del Coronavirus estaba en el aire, y nunca mejor dicho, planeaba sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles y los nuevos protocolos Anticovid y las numerosas restricciones y prohibiciones nos asediaban a diario. Cosas que eran tan normales hacía unos meses, como prestar una goma o compartir un lápiz, se convertían ahora en horrendas abominaciones y no digamos los recreos, que sin darnos cuenta se habían convertido en una especie de campos de concentración, donde nadie podía tocarse ni salir del lugar asignado.
No obstante, y a pesar de todos estos inusitados obstáculos, vamos a intentar
crear en nuestra aula de lengua y literatura, una maravillosa burbuja, llena de creatividad, tranquilidad y compañerismo que nos pueda servir para alcanzar maravillosos resultados en el aprendizaje y en el desarrollo competencial de cada uno de nuestros alumnos y alumnas, a través de los Proyectos que vayamos realizando.
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